Torrente 7 USA Revenge 3

Torrente 7 USA Revenge 3

Torrente 7 (6@ parte) USA Revenge 3 | Sant Jordi en El Círculo Ecuestre 17:50

Era un día de Sant Jordi en la ciudad de Barcelona, una festividad impregnada de la fragancia de rosas y el murmullo de libros recién impresos. Pero en el seno de esta celebración, subyacía un ambiente cargado de inquietud y una oscura sombra que se cernía sobre la plaza.

La atención se centró en un extraño encuentro entre ilustres personajes: Díaz Ayuso y un hombre de porte imponente conocido como Donald Trump cuya aura de arrogancia era palpable como un vino espeso.

Aquel encuentro, como todo fenómeno extraordinario, se desarrolló en un escenario que evocaba una especie de claustrofobia festiva: el Círculo Ecuestre. Las paredes, adornadas con retratos de hombres y mujeres que una vez habían sido poderosos, parecían observar con ojos vacíos el furor que iba a desatarse.

En una mesa apartada, un vaso de vino blanco temblaba sutilmente, como si presentara la inminencia de un trueno.

Entonces hizo su entrada el sabio de la clase obrera: Torrente. Vestía su habitual chaqueta grasienta, un toque sombrío que contrarrestaba con lo festivo del día. Al acercarse al micrófono, con la mirada cargada de un frenesí desenfrenado, se fijó en el yankee y su aliada madrileña. Sin poder evitarlo, una mueca de desprecio cruzó sus labios.

“Hoy venía tranquilo”, comenzó, su voz resuelta reverberando en el recinto. “Un día de rosas y libros… y ¿qué me encuentro? ¡A este tipo, a esta caricatura de la política! ¿Qué coño haces aquí, Rubiales?”

Estaba claro que en su locuacidad había un asombroso poder de seducción. Las risas del público resonaban con la fuerza de un eco, a medida que su ira se transformaba en un contagioso desahogo.

Se sentía la tensión, mientras una bruma de incertidumbre envolvía el ambiente.

Aquí, en esta fiesta dedicada a la belleza y la creatividad, a los libros y a las rosas, se manifiestan los verdaderos instintos del hombre. Torrente, Ayuso y Trump, tres figuras grotescas que encarnan las fuerzas que rigen nuestro tiempo: el deseo de poder, la necesidad de imponerse, la incapacidad de elevarse más allá de lo trivial. Y nosotros, los observadores, los testigos, nos encontramos fascinados por su espectáculo.

Torrente, con su puerilidad, su vulgaridad, es la representación del hombre común, incapaz de aspirar a nada más que su propia supervivencia. Y Trump, con su ego desmesurado, su falso brillo, es el símbolo del superhombre malentendido: no un creador, no un poeta, sino un tirano que busca perpetuar su propio reflejo en las masas. Ambos son sombras de lo que podría ser el hombre, espejismos en un desierto de mediocridad. Y a su altura por pretensión e inutilidad, Ayuso.

Pero no os engañéis. Torrente ,Ayuso y Trump no son excepciones. Son el reflejo de todos nosotros, de nuestras luchas internas, de nuestra incapacidad para trascender lo mundano. Aquí, en medio de los libros y las rosas, se revela la verdad incómoda: el hombre aún no ha superado su condición animal. Aún se aferra a sus instintos primarios, a sus necesidades básicas, a su eterno deseo de dominar y ser dominado. Y mientras ellos se pelean, nosotros miramos, reímos, y seguimos siendo cómplices de nuestra propia decadencia.

Pero, ¿acaso importa? ¿Acaso importa que Torrente, Ayuso y Trump sean ridículos? ¿Acaso importa que esta noche, dedicada a la cultura, se haya convertido en un circo? Porque, en última instancia, esta es la esencia misma del hombre: un eterno retorno al caos, una lucha constante entre lo sublime y lo grotesco. Y tal vez, tal vez, haya algo hermoso en ello. Porque solo en el caos, solo en la confrontación, encontramos la posibilidad de creación. Solo en la lucha entre Torrente, Ayuso y Trump, entre lo ridículo y lo absurdo, podemos vislumbrar el potencial del hombre para elevarse, para convertirse en algo más.

La broma quedó suspendida en el aire, flotando como un veneno inminente que atrapaba a todos los presentes en su abrazo letal.

Sin embargo, lo inquietante no era solo su discurso, sino la tensión que crecía detrás de las sonrisas forzadas de los poderosos.

Ayuso, cuya impasibilidad era tan inquietante como un campo de niebla, parecía gesticular instrucciones a sus súbditos: un orden inflexible en un teatro donde se admitía la locura, pero no el disenso.

Y así, la atmósfera cargada de energía comenzó a transformarse en una especie de danza macabra, donde cada risa se convertía en un eco de la desdicha social.

La velada iba cargándose con una siniestra reverberación, alimentada por las palabras de Torrente, que bailaban como llamas en una candela. “La política no tiene lugar aquí, amigos. Lo que hay es un fraude…”. Sus palabras eran afiladas, metálicas como el brillo de una hoja que se desliza fácilmente entre las sombras.

Los murmullos de desaprobación se entremezclaban con las brotes de nerviosismo entre los presentes, y el ambiente se tornaba inescapablemente denso, como un amontillado fermentando en barrica.

Mientras Torrente continuaba, la figura de Trump, sentada al fondo, se volvió más irreal; su corbata estrellada era un tejido de estrechez que chocaba con el entorno festivo. En un momento, haciendo uso de su voz retumbante, exclamó: “¡Esto son fake news!” La reacción fue un estallido de risas burlonas; incluso los muros del Círculo Ecuestre parecían crujir de placer ante el espectáculo.

Fue entonces cuando un escalofrío atravesó la sala. Díaz Ayuso, con la mirada pétrea de quien conoce secretos inconfesables, se dirigió al micrófono.

Sus palabras estaban envenenadas de autoridad, y algo en su tono infundió un extraño terror en el alma de los oyentes.

Una invocación en forma de declaración que estaba destinada a sentar las bases de un silencio escalofriante: “Es hora de callar a los que alzan la voz. No necesitamos voces disonantes en nuestra celebración.”

Torrente, aún con audacia, desató una última afrenta, una antorcha en medio de la oscuridad. “¡No podemos dejar que nos callen! ¡Esto es la vida, no un funeral mediático!”.

Pero en ese instante, el aire se tornó pesado, como si el propio Círculo Ecuestre implorara piedad por sus muros cargados de historia.
Finalmente, y en un acto que parecía un mal presagio, la figura de Torrente se desvaneció en la penumbra, llevándose consigo la sola esencia de la resistencia.

23 de Abril en las Ramblas dels Caputxins. 19:45

Sant Jordi, el día de las rosas y los libros, y de repente, aparece la Ayuso como si fuera la reina del mambo. Y ahí está el Trump, con su cara de bulldog masticando chicle, preguntándole a su lacayo quién coño es esa tipa. El pobre escolta le dice que es su guía. ¡Su guía! Como si la Ayuso supiera dónde está el wáter público en esta ciudad.

Y luego, la traca final: Torrente, el héroe de la clase obrera, subiéndose al escenario . El garito, cutre que te hace sentir en casa aunque te estén sirviendo garrafón, se viene abajo cuando Torrente empieza a soltar su verborrea. Trump, al fondo, con su corbata estrellada y su aura de «soy el que sabe».

Señala al Trump con un dedo . «¡Rubiales! ¿Qué pintas aquí? ¿No tenías bastante con tus rascacielos y tus peluquines ? ¡Tenías que venir a timar a los taxistas!»

Torrente agarra un abanico como si fuera un estoque y sigue con su discurso incendiario. «Y ahora viene los Uber Files. ¿Qué es eso? ¿Una nueva secta? ¿Un plato de diseño? A mí me suena a timo, a sacacuartos. ‘Sí, camarero, póngame unos Uber Files con extra de patatas’. ¡Pero no! Es su manera de robarnos el pan, de engañar a los que curramos de verdad. ¡A los taxistas! Los que aguantamos los atascos, los borrachos, las broncas de los cornudos. ¡Eso no se hace, rubiales, eso no se hace!»

Mientras tanto, la Ayuso, con su cara de beata estreñida, está dando órdenes a sus secuaces para que desalojen a los que están jaleando a Torrente.

Torrente se bebe el vino blanco de un trago y lo deja sobre la mesa con un golpe seco. «Pero os voy a decir una cosa, que esto es serio. El Trump dice que todo esto son ‘fake news’. ¡Fake news, mis cojones! ¿Sabes lo que son ‘fake news’, rubiales? Cuando le dices a tu señora que vas a por tabaco y vuelves con una fulana a las cinco de la mañana. ¡Eso son ‘fake news’!»

Torrente se pasea por el escenario, como un león enjaulado. «Pero ¿sabéis lo peor de todo? Que este tío no entiende. No sabe lo que es ser Torrente. No sabe lo que es conducir un taxi destartalado, sudar como un cerdo en verano, rezar para que no se te cale el motor en un semáforo. No sabe lo que es escuchar las penas de la gente, aguantar los silencios incómodos, ser parte de la vida de un barrio. Porque él vive en su burbuja de oro, de corbatas de payaso y de ‘fake news’. Y yo, aquí, con mi puro apagado y mi coche que no pasa la ITV.»

Torrente se acerca al público y baja la voz, como si nos estuviera contando un secreto. «En fin, rubiales, sigue con tus Uber Files y tus discursos . Nosotros, los taxistas de toda la vida, vamos a seguir currando, tirando para adelante. Porque al final del día, puedes tener toda la pasta del mundo, pero nunca vas a entender lo que es ser taxista… y, francamente, ¡mejor así! ¡No creo que lo aguantaras!»

El garito vibra con los aplausos. Torrente sonríe, con esa sonrisa canalla que te hace pensar que al día siguiente va a atracar un banco o se va a ligar a la dependienta del estanco. Y el Trump, al fondo, sigue con su cara de no entender, rodeado de sus matones con cara de pocos amigos.

Un murmullo de complicidad recorre el bar, mientras Torrente sigue despotricando. «La gente habla de la ‘España vaciada’, pero yo os digo que aquí estamos los que nunca hemos dejado de llenar los bares con nuestras movidas, nuestros sueños. ¿O es que nadie se da cuenta de que todos estos, desde Ayuso hasta el Trump, están solo jugando al Monopoly con nuestras vidas?»

La gente aplaude, riendo, se siente viva. Torrente se siente en su salsa. «Y tú, Ayuso, ¿de verdad crees que puedes venir aquí a dictar órdenes? ¿Con qué cara te vas a plantar frente a nosotros, la gente que nos levantamos cada mañana a luchar por nuestro trabajo? ¿Con la cara de quien ha tenido la suerte de nacer en una familia acomodada? ¡No! ¡Tú no sabes lo que es el sacrificio! ¡Lo único que sabes hacer es quejarte en las redes sociales y mirar por ti!»

Trump, en la esquina de la calle Escudellers, todavía no ha captado la esencia del discurso . Con su mirada atenta, se gira hacia su escolta y le pregunta con su acento característico: «¿Por qué hablan de mí?» El escolta, sudando un río, le explica que Torrente está haciéndose el héroe del pueblo, utilizando su figura como un símbolo de lucha.

“¡A great history!”, dice Trump, convencido de que el jaleo es solo un espectáculo para reírse de lo tonto que es el resto del mundo. “¡Lo queremos en América!” “America greets fine people with new ideas.”

Torrente no puede resistir la tentación de soltar otra bomba. “¡Menos lobos, cantamañanas! Aquí no eres bienvenido. ¿Es que nunca aprenderás?”

La atmósfera se caldea, un sentimiento de rebeldía se apodera del lugar. La gente empieza a corear el “¡No pasarán!”, resquicios de aquellos tiempos donde la lucha era en las calles, no en las redes. Es un rayo de esperanza en medio de la confusión y la política bastarda de los ideales gig.

Torrente pone su garra sobre el escenario, olvidándose del garrafón, y con un gesto de desprecio hacia el Trump y la Ayuso, dice: “La extorsión a la clase trabajadora no se tapa con sonrisas de cariño o promesas vacías. ¡Basta ya de manipulaciones! ¡Aquí se viene con la verdad, no a que te roben los pickpockets de alto rango !”

Y así, en un día que debería ser de rosas y libros, la lucha resuena más fuerte que nunca, recordando que el verdadero poder radica en la voz del pueblo.

Con la música de fondo de una guitarra flamenca desafinando, Torrente sube la apuesta. “Pero os voy a decir una cosa, que esto es serio. El Trump dice que todo esto son ‘fake news’. ¿Sabes lo que son ‘fake news’, rubiales? Cuando le dices a los taxistas que no han trabajado lo suficiente, que no se han modernizado. ¡Eso son ‘fake news’! ”

La risa en el garito es una prueba de que la verdad tiene un sabor amargo, pero a la vez dulce, como el vino que se derrocha.

La Ayuso, incapaz de contener sus nervios, mira al público como si fueran un rebaño de ovejas que necesita ser guiado, mientras Torrente continúa su andanada. “Y ¿sabéis lo peor de todo? Que este tío no tiene ni idea. Ni idea de lo que es ser un currante de verdad. No sabe lo que es levantarse a las cinco de la mañana, meterse en el taxi y aguantar las quejas de los pasajeros mientras la polución de la ciudad te ahoga. ¡No sabe lo que es pelear por cada euro!”

La Ovación estalla. La atmósfera está cargada, electrificada por la ira y la determinación del pueblo.

Torrente escupe cada palabra con la fuerza de mil ríos. “Ayuso, tú que hablas de liderazgo, ¿alguna vez has conducido por los laberintos de esta ciudad y has tenido que explicar dónde está cada esquina al turista inexperto? ”

“¡Eso, Torrente!”, grita un tipo desde la barra, mientras levanta su vaso de vino. La gente se suma, un coro de voces que se levanta en la sórdida pero familiar atmósfera del bar.

“¡Que se lo cuente a la Ayuso, que no entiende una palabra! ¡Que vuelva a Madrid a seguir vendiendo humo!”.

Y aquí surgiendo entre el vaivén de la gente está la mágica conexión: un momento de claridad en medio del ruido.

La locura, brillantemente encapsulada en un discurso de un tipo con chaqueta grasienta, un puro apagado y un sentido de realidad que iba mucho más allá de cualquier político demagogo.

Y aunque el circo persiste, con los payasos aún saltando y haciendo ruido, Torrente sabe que ha hecho una mella, que ha logrado que el pueblo se sienta.al final de la noche, con el aroma del vino en el aire y el espíritu renovado.

El héroe de la clase obrera se despide con un guiño, dejando caer su frase más icónica al salir del escenario: “¡A la próxima, que me traigan flores y libros de verdad, que hoy celebro que la lucha nunca muera!”

La multitud, con el aire de la protesta, alza sus copas y abren los brazos como si fueran un aliento de esperanza.

Porque en medio de los absurdos de la política, aún existe la voz que resuena con el eco del pueblo, recordando a todos que la lucha nunca se detiene, que puede ser un acto de resistencia, y que, con cada palabra, se desafía al poder.

La Asociación de la Competencia fue la primera en denunciarlo: El supuesto taxista borracho en el Círculo Ecuestre y el Bar Cosmos no era otro que José Luis Torrente, el eminente detective privado, contratado para realizar un documental de la lucha del taxi contra administraciones corruptas. Ese documental, con cámara oculta, producido por Todo Taxi ganó el Premio Goya y sus autores recordaron, durante el agradecimiento, que cualquier medio es bienvenido para denunciar la explotación del imperio gig.


Torrente 7 (5@ parte) USA REVENGE 2

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