1 de enero de 2026: Adiós a la jungla VTC, bienvenidos a la ciudad decente
1 de enero de 2026. Vuelve de su cena de Nochevieja, busca un taxi… y encuentra uno. Porque, sorpresa, no hay VTCs dando vueltas por la ciudad sin regulación, sin control, sin descanso. Porque por fin alguien en esta ciudad tuvo el valor de dejar de legislar a golpe de lobby y empezar a gobernar para la mayoría.
¿Que no encuentra una VTC en la app? Claro, porque las apps ya no deciden cómo se mueve una ciudad. Porque el Parlament ha dicho basta. Y no, no es culpa de Tito, ni de Collboni, ni de una conspiración judeo-taxista. Es simplemente lo que pasa cuando las reglas se cumplen y los privilegios digitales se terminan.
La realidad detrás del drama VTC
El artículo de Unauto, Aurora y el Sindicato Libre de Transportes (más bien sindicato de libre mercado), nos pinta una escena apocalíptica: ciudadanos desamparados, conciertos sin retorno y la Gran Vía sitiada por el demonio en chándal, Tito Álvarez. Lo que no dicen es lo que llevan haciendo años sus empresas:
- Saltarse la ley 1/30 de forma sistemática (ya sabes, eso de un VTC por cada 30 taxis… que se pasaron por el arco del algoritmo)
- Operar como taxis encubiertos, recogiendo sin precontratación mínima
- Utilizar entramados de licencias para inflar flotas
- Explotar a conductores bajo contratos basura, falsos autónomos o directamente sin contrato
- Y, cómo no, operar durante años sin ni siquiera sede ni CIF en España. ¿Se acuerdan cuando Uber se escudaba en Ámsterdam?
Pero claro, todo esto es menos interesante que una metáfora con luces verdes que no llegan. Porque la realidad, como siempre, tiene menos glamour que la narrativa victimista de la “movilidad moderna”.
Tito Álvarez: el coco de las VTC
Vamos a hablar de Tito, sí. De ese “camionero del caos” que, según el relato de los VTC, controla el Parlament, el Ayuntamiento y quizá la mismísima OTAN. Lo pintan como un populista de pancarta, pero lo que realmente molesta es que ha sido capaz de organizar al taxi, defenderlo con uñas y dientes, y frenar un atropello empresarial con acento californiano.
¿La “Titoneta”? Una genialidad mediática, por cierto. Porque en esta batalla, para que te escuchen, tienes que hacer ruido. Y Tito ha demostrado que el ruido puede ser también argumento político.
Lo que no dicen los defensores de la “movilidad del futuro” es que ese mismo futuro que prometen para Barcelona ya ha fracasado en Londres, en Nueva York y en Lisboa: caos regulatorio, congestión disparada, conductores explotados y tarifas disparatadas cuando no hay bonitos cupones de captación.
El favor que no es tal
Nos dicen que Jaume Collboni llegó a la alcaldía gracias al taxi. ¿Y si fuera verdad? ¿Y si miles de trabajadores, autónomos, padres y madres que viven del taxi votaron por un modelo de ciudad sostenible, regulado y justo? ¿Dónde está el escándalo? ¿En votar?
No es un favor. Es un giro de rumbo. Es lo que ocurre cuando los representantes públicos deciden, por fin, gobernar en lugar de arrodillarse ante una app con nombre en inglés.
Y ahora resulta que defender un servicio público, regular el transporte y garantizar condiciones laborales dignas es “una cacicada”. Lo que ha sido una cacicada es lo otro: la ley del más fuerte disfrazada de libertad de elección.
El final del show
A todos los que ahora se alarman porque no podrán “volver en VTC de Montjuïc” les diría que la movilidad no puede medirse en base a la comodidad puntual de una noche de fiesta. Que construir un modelo urbano justo no se hace regalando licencias a plataformas que ni tributan aquí. Que hay cosas que, aunque tengan buena UX en la app, son malas para la ciudad.
Y sí, si el futuro pasa por caminar más y contaminar menos, quizá tampoco es tan mala idea volver a casa andando en Nochevieja. Al menos llegarás sabiendo que vives en una ciudad que pone normas. Y que, por una vez, las cumple.