Torrente 7 USA Revenge 2

Torrente 7 (5@ parte) USA REVENGE 2

Torrente 7 (5@ parte) USA Revenge 2 | El hombre de mármol

El Capitolio, en medio de su opulencia y su grandeza fría, se había transformado en un escenario íntimo y cargado de tensión.

Las luces parecían más bajas de lo usual, lanzando sombras alargadas sobre las columnas, y el silencio tenía un peso que hacía que incluso el más leve sonido pareciera un disparo.

Torrente, con su cigarro ahora encendido y su chaqueta que olía a tabaco y resistencia, ocupaba un asiento frente a Trump.

La postura de Torrente era deliberada: relajada, casual, casi peligrosa en su quietud.

Trump, desde su trono, parecía menos un hombre de negocios y más un jefe mafioso en un banquete de poder.

—Señor Trump —comenzó Torrente, con un tono bajo, casi susurrado, como si hablara a un igual—, hay algo fascinante en la manera en que maneja usted su poder. Como un capo que controla las calles, usted cree que todos los hilos están en sus manos. Pero, ¿alguna vez ha pensado en lo que ocurre cuando los hilos se rompen? ¿En quién sostiene los restos de su imperio cuando todo se viene abajo?

Trump, con un leve gesto de la mano, dejó escapar una sonrisa que no llegaba a sus ojos.

—Siempre hay alguien que sostiene los restos, Torrente. Los hombres como usted, tal vez. Los hombres que hablan demasiado. Pero no se equivoque, yo no dejo que esos hilos se rompan. El poder no se da, Torrente. Se toma, y yo lo tengo bien asegurado.

Torrente se inclinó ligeramente hacia adelante, dejando que el humo de su cigarro serpenteara en el aire entre ambos. Su voz, aunque baja, era ahora más afilada.

—Puede que tenga esos hilos ahora, señor Trump. Puede que controle sus empresas gig, sus cabildeos, sus aliados en las sombras. Pero usted sabe cómo funciona esto. Siempre hay alguien al otro lado que está esperando para recoger lo que usted no puede proteger. Mire a los taxistas que ha ignorado. Mire a los activistas de Barcelona. Ellos no están esperando. Ellos están moviendo sus fichas en este tablero para impedir la expansión imperial de unas estructuras explotadoras sin control a través de esas empresas gig.

Trump dejó su trono, caminando alrededor de Torrente con la calma calculada de alguien que sabe cómo proyectar autoridad.

—Las fichas de los activistas, de los taxistas… ¿Cree que me preocupan? Soy más fuerte que cualquiera de ellos, Torrente. Ellos juegan por ideales. Yo juego por resultados. Y le diré algo: los ideales siempre pierden. Siempre.

Torrente se levantó lentamente de su asiento, su figura desaliñada parecía contrastar con la perfección reluciente del Capitolio. Pero su mirada, directa y llena de certezas, no flaqueó.

—Eso es lo que todos los grandes creen, señor Trump. Los jefes que se sientan en sus tronos dorados siempre piensan que las fichas pequeñas no cuentan. Pero, ¿sabe una cosa? Esas fichas, cuando se agrupan, derriban al rey. Usted ha jugado su mano, pero lo ha hecho con arrogancia. Y mientras tanto, las voces que usted ha ignorado han encontrado un lenguaje propio. Y ese lenguaje, señor Trump, se convertirá en un rugido.

Trump lo observó, sus ojos eran fríos, calculadores, como si considerara un movimiento que aún no había hecho.

—Y usted, Torrente, ¿qué hace aquí? ¿Es usted el mensajero de ese rugido? ¿El emisario de los idealistas que sueñan con un mundo que nunca existirá?

Torrente apagó su cigarro con cuidado en un cenicero de mármol, dejando una huella oscura en la superficie blanca.

—No soy emisario ni mensajero, señor Trump. Soy solo alguien que le ofrece una verdad que no puede rechazar. Su poder está basado en el miedo del imperio. Pero hay algo que no puede comprar ni intimidar: la dignidad de la gente que usted ha pisoteado. Y le diré algo más. Esa dignidad, cuando decide levantarse, no puede ser detenida.

Trump volvió a su trono, pero su sonrisa ahora parecía forzada, como si Torrente hubiera plantado algo que él no podía ignorar.

—Cuidado, Torrente. Las ofertas pueden convertirse en amenazas.

Torrente esbozó una sonrisa suave, casi imperceptible, antes de darse la vuelta y dirigirse hacia la salida.

—No hay amenaza aquí, señor Trump. Sólo la certeza de que su imperio no durará para siempre. Las fichas están en movimiento. Y esta partida, le guste o no, ya no la controla usted.

Era una noche tétrica, donde las sombras parecían crecer con vida propia, y el viento que serpenteaba entre las columnas del Capitolio emitía lamentos lúgubres, como si los espíritus olvidados del lugar hubieran despertado.

Torrente, con su semblante marcado por la fatiga y la resignación, observaba el brillo espectral que evocaba los dientes de un predador hambriento.

El Capitolio, ese coloso de piedra blanca, se alzaba frente a Torrente como una tumba monumental, un mausoleo dedicado no a los grandes ideales, sino al ego de un hombre. En sus entrañas sombrías, Donald Trump residía, no como un hombre, sino como una figura tallada en mármol, fría, inmutable, y grotesca en su grandeza. Torrente no podía evitar sentir que el edificio mismo exudaba un aire de decadencia y podredumbre, como si el tiempo estuviera conspirando para devorarlo desde dentro.

En el centro de la habitación, Trump estaba sentado en un trono de mármol, rígido e imponente, como una estatua que observa desde las profundidades del Hades. Sus ojos, vacíos de todo excepto de ambición, parecían perforar la penumbra.

—Señor Trump —dijo Torrente, con una voz que apenas era más que un susurro, pues el ambiente parecía devorar el sonido mismo—, he venido aquí no por voluntad propia, sino arrastrado por las sombras de su poder. Este lugar, este monumento a su imperio, no es más que una cáscara hueca. ¿Acaso no siente cómo este mármol respira con el peso de su imperio?

Trump, cuya figura permanecía inmóvil como si fuera una extensión del trono, esbozó una sonrisa que parecía más un gesto de burla que de humanidad.

—Torrente —respondió con una voz profunda, resonante como el eco de una tumba—, el mármol no respira, no se pudre. Es eterno, al igual que mi poder. Tú vienes aquí como todos los demás, con tus palabras vacías, creyendo que puedes desafiar lo inquebrantable.

Torrente avanzó un paso, y su sombra alargada cubrió el suelo como un manto oscuro. En su rostro, un destello de desafío rompió el velo de cansancio.

—Eterno, dice usted… Pero incluso el mármol se desgasta, señor Trump. Bajo el peso del tiempo, bajo las lágrimas que caen sobre él, incluso el material más sólido se convierte en polvo. Mire a su alrededor: las grietas ya están aquí, invisibles para usted, pero evidentes para quienes no están cegados por el reflejo de su propia grandeza.

Un sonido profundo, casi un gemido, resonó en la habitación. No provenía de Trump, sino de las paredes mismas, como si el Capitolio, ese monumento de arrogancia, estuviera comenzando a despertar.

Torrente miró hacia arriba, y juró que vio una grieta diminuta que serpenteaba por una de las columnas, como si el mármol estuviera vivo y resentido.

Trump, sin moverse, dejó escapar un suspiro que era más un rugido controlado.

—La eternidad no teme las grietas, Torrente. Tú, como otros antes que tú, desaparecerás. Pero yo permaneceré, aquí, en este trono, en este mármol que canta mi victoria.

De repente, un crujido resonó a través de la sala. Fue débil al principio, pero creció con un crescendo que llenaba el espacio con una vibración ominosa.

Torrente, con una mezcla de horror y fascinación, vio cómo una red de grietas comenzaba a extenderse por el trono de mármol. Trump, por primera vez, pareció dudar, sus ojos mostrando un destello de humanidad: miedo.

El mármol se desmoronó con un estruendo ensordecedor, y Trump desapareció en una nube de polvo y sombras, mientras el presidente rogaba ayuda.

Un murmullo llenó la sala, como si el viento susurrara palabras en una lengua olvidada. Torrente escuchó claramente una única frase antes de que el silencio volviera a envolverlo.


Torrente 7 USA Revenge

Torrente 7 USA Revenge

 


«Nada es eterno.»

Torrente, envuelto en un sudor frío, salió del Capitolio sin mirar atrás. El edificio, aunque seguía en pie, parecía más pequeño, más mortal, como si el alma del mármol hubiera sido liberada de su prisión por la invasión de miles de taxistas indignados que con su peso, inconscientemente, habían roto los cimientos sobre el presidente.

Afuera, la noche seguía siendo oscura, pero en el horizonte, un tenue rayo de luz anunciaba el amanecer.