El taxi de Mariluz

Era un abuelete adorable que con su conversación devolvía lo que la vida le había regalado

El taxi de Mariluz

El taxi de Mariluz

Fernando Savater era algo escéptico, como buen filósofo, sobre lo del paseo en taxi. Agradecido estaba, como no. Pero le sonaba a paternalismo tantas buenas intenciones. ”Buenas tardes. Espero ver algo nuevo, porque Madrid la tengo muy vista.”

Mariluz calibra una respuesta que fuera un inciso conveniente en esta coyuntura: “Como diría su profesor, Agustín García Calvo: No dilapidemos el futuro antes de empezar. ”Mariluz ayuda a la enfermera a situar al filósofo de barba y gafas rosa. Era duro ser un intelectual y saber que tu cuerpo estaba en decadencia.

Carles les sugirió una ruta que el bien conocía. A la parte de atrás del Castillo de Montjuic se accedía por unas escaleras. Pero si acelerabas a tope el taxi no tenías problemas para subirlas. Y el premio al atrevimiento era espectacular: Vistas al mar en un ambiente bucólico de soledad frente al cementerio.

Allí en la montaña con vistas al mar, rodeado de tumbas a menos de 100 metros era lo más romántico que cualquier pareja ardiente podía desear. ”Aquí, en aquet lloc me lo vaig fer amb la Bárbara abans de presentarsela al acaparador del Joan Carles. Va ser magic”. La enfermera empezó a instalar el hornillo del camping gas. ”Tranquils. Ni ha per tots.”

Fernando Savater se iba alterando. Se ponía nervioso porque sentía que esa visión de Madrid podría ser la última. Empezaba a perder la vista y, lo peor, desde que perdió a su compañera, a su gran amor, nada de eso le importaba.

Sacaron las neveras con su abundante comida y empezaron, tanto ella como Carles Reixach a distribuir unas bien fresquitas copas de Cava. Pero lo más sorprendente fue el cocido madrileño que recalentaron en una enorme cacerola. ”Ha arribar aquest mati en el pont aeri”. ”Res de escudella. Aixo es una merda. El cocido bueno es el de Madrid.” Albert, Fran y Melania estaban boquiabiertos. Y era cierto, hasta la morcilla era mejor que la que ponían normalmente en la escudella.

Mariluz se salió de la ruta acordada. Emprendió un paseo particular con el filósofo. Los tres, ella, la cuidadora y Savater en una barca alquilada en el Retiro. ”Allá por 1974, antes de la muerte del dictador aparece una revista que era un desplegable que ya no era una octavilla. Desde Barcelona, a través de Pepe Rivas, empiezas a despedazar al sistema franquista. Estabas con Luis Racionero. Luego vino lo de la tesis en la Universidad. Sobre Cioran. Suspendido porque no existía. Convence a los examinadores Paco Umbral. Fernando te acuerdas?.” Fernando Savater vuelve a recordar. Quedan algunas neuronas.

Fue al calor de la buena lumbre cuando Carles empezó a piar: ”Molt bo aquet orujo. El 0-5 nos volvió locos. Boig, nois, em vaig tornar boig. Y adicto al champagne. Molt adicte. Pero jo no. Tota la plantilla. A Sevilla ens va descobrir el Rinus Michels. Festa general després de perdre 4-0. El Rinus despidió al Reina, que era mes gresca i graciós que el seu fill. Lo peor es que hizo grande al Atlético. Gestión lamentablemente nefasta al echar a los buenos. Luego vinimos todos aquí. Con muchas mujeres y buena bebida. Una orgia típica de los setenta. Así que en la final de Copa perdimos 4-0 otra vez ahora contra los de la capital.”

Albert le pidió a la cuidadora un calmante. Su trauma infantil más grave había sido esa derrota contra el Madrid. Y ahí estaba Reixach, su ídolo desde que jugaba en el Condal, relatándola fríamente.

Savater no quiere decir nada ni quiere ver luz navideña ninguna. Recordando las clases solitarias con Agustín García Calvo. Luego su afición a los caballos. Mariluz lo lleva junto al resto de jubilados. ”No es justo. piensa él. Nunca disfrutó de placeres comunes. No le gustó el fútbol. Ni siquiera se integró en los bares del país Vasco.” Ya era viejo hace 50 años.

Mientras el resto de taxistas enseñaban las luces navideñas al grupo de jubilados, Reixach sacaba su colección de prismáticos de lujo, un estuche de seis en total y les enseñaba al séquito rebelde de la caravana la desembocadura del Llobregat. Tampoco es que fuera el Lago Victoria en el origen del Nilo, las famosas fuentes, pero no estaba mal para unos taxistas acostumbrados al duro trajinar diario.

A continuación, Carles Reixach les obsequió una litografía: La servilleta con la que el ex-entrenador firmó el primer contrato de Leo Messi con el FC Barcelona. Envuelta en un flamante cuadro para exponerla en la sede de Taxi Project.

Mariluz ayudó a la ayudante a subir en la silla de ruedas a Fernando Savater. ”Gracias por este viaje.” El filósofo pensaba si sería el último. Esa noche empezó a escribir sobre ello. Sería su última voluntad sobre la representación de su vida. Estaba dejando de ser Cioran y era más Schopenhauer. Quizás esos trabajadores que lo habían ayudado eran menos taciturnos, menos clasistas que esa gente que siempre le había rodeado, regalada de sí misma que se convertían en perdonavidas de unos taxistas a los que siempre habían menospreciado.

“¿Sabéis que’ era lo que hizo a Cruyff tan grande? Johan acompañaba de niño a su madre y la ayudaba a limpiar los vestuarios del Ayax. Esos futbolistas lo cuidaban como un hijo colectivo, de todos. Le enseñaron todo. Luego él se lo devolvió a todos los holandeses.”

A Carles Reixach lo trasladaban del taxi a su mansión en Pedralbes, ahora una Residencia de lujo, medio tumbado. Nació y vivió como un marajá en el Rajastan o el Punjab, rodeado siempre de mujeres y riquezas.

Era un abuelete adorable que con su conversación devolvía lo que la vida le había regalado.