La vida que salves puede ser la tuya. Sangre en los surcos, investigación y lucha por la verdad en un país zombie
La política pública es abstracta, carece de impacto emotivo. De las decisiones políticas dependerá la vida de millones de personas. De los presupuestos y decisiones en Sanidad dependerá a la postre la vida de muchos ciudadanos que han estado durante decenios aportando una gran parte de su salario en impuestos constantes de una manera regular, normalmente inconsciente.
No conocemos la identidad de las víctimas por decisiones políticas. Son vidas en cifras estadísticas.
Pero dependerá de nuestros esfuerzos económicos constantes y las decisiones políticas. ¿Cuánto somos capaces de pagar para quitar la bala de la pistola de la ruleta rusa que nos amenaza?.
Esa bala que podemos quitar de la pistola en la ruleta rusa de los servicios públicos adecuados para sostener nuestras vidas y cuesta siete millones de euros por persona salvada, según estudios serios realizados en EEUU.
Nos tenemos que hacer las preguntas: ¿Estamos dispuestos a pagar?. ¿Aceptamos el compromiso?.
Como humanos pensamos que esas posibilidades nos tocarán a nosotros en una posibilidad sobre mil. ¿Nos olvidamos de esa estadística y renunciamos al bien común?.
El ejemplo de Isabel Díaz Ayuso negando la aportación de impuestos a través de empresas que tributan en Holanda o Delaware determina, -como vimos en la pandemia con más claridad-, quién sobrevive debido a la falta de recursos en infraestructuras, personal o investigación.
Los trabajadores del taxi han sido en Madrid los que más han resaltado la dejadez de los servicios públicos, entre los que se encuentran junto a la sanidad, la educación y la justicia. Piezas fundamentales en la medición del nivel del estado de bienestar.
Hay un menoscabo de lo público cuando se transfieren los recursos al beneficio de unos pocos que modelan las normas en su propio interés, como nos mostró la gala de los 40 principales con la reggaetonera mostrándole el trasero a una Ayuso acompañada del máximo dirigente de los VTC bastardas a las que la presidenta les consiguió rango de taxi sin serlo.
Mientras aumentan en internet las páginas de petición de donaciones, se sustraen esas empresas de la tributación adecuada. Hay menos ingresos y una menor financiación a la única salida al aprendizaje y al ansiado ascensor social que provee la escuela pública.
El típico tópico del limpiabotas no tendrá las oportunidades que cacarea la presidenta de la CAM porque ella sólo trata con los que patean la escalera desde lo alto para que nadie más ascienda.
Una demostración exacerbada de moral que suena a farsa. Una demostración de que tu código postal es más importante que tu código genético.
Los bonitos neones de las multinacionales
Quizás la propaganda política nos ha sumido en una amnesia colectiva que nos hace olvidar que la globalización ha socavado los intereses de los trabajadores, además de evadir la financiación de las redes sociales que aguantan al Estado del Bienestar.
Lo cierto es que la justicia no es Twitter, ni el Estado es Amazon, ni un Uber es un taxi por más que nuestra inacción acabe adorando los colores de neón de las multinacionales. Ellos han sustituido el arado y la imprenta por una nube de abstracción parecida al cielo con su Dios intocable. La nueva Verdad en el nuevo templo de internet. Quizás, como ocurre con el cambio climático, nos demos cuenta cuando no tengamos tiempo de evitar sus efectos ya trágicos.
Quizás entonces entendamos la lucha de los taxis apelotonados en el Paseo de Gràcia o la Castellana. Quizás valoremos a los taxistas de Lloret de Mar que hablan perfectamente inglés o alemán. Algún ignorante les dirá que no están preparados para los nuevos tiempos, pero esos taxistas no necesitan para nada las hipótesis neoliberales de Ayuso que esconden lo peor del Estado intervencionista bolchevique que detesta, junto al gobierno franquista que idolatra. Su aspiración totalizadora es un ataque frontal al empresario autónomo que se ha jugado su dinero, para con su trabajo, mejorar el Estado Español que ella ha traicionado.
No podemos omitir las grandes movilizaciones ni la sed de cambio que son fruto de un descontento de una mano de obra de usar y tirar por cambios legislativos al antojo de sus dudosos negocios que pretenden que la caridad pase a convertirse en una primera opción.
Debemos adecuadamente canalizar esa ilusión de mejorar que los taxistas españoles han demostrado públicamente. Donde antes hubo un Karl Marx, un Proudhon, un Sartre, un Engels, un Ford, un Durruti, un Kafka o un Unamuno ya sólo nos queda un tipo al volante que nos hace reflexionar.