Se acumulan los VTC con llantas amarillas en el Aeropuerto de Barcelona

Mientras los taxis cumplen la ley, los VTC coleccionan multas (y cepos) en la Terminal 1 como si fueran cromos

Se acumulan los VTC con llantas amarillas en el Aeropuerto de Barcelona

Barcelona, capital europea del cepo amarillo

Barcelona, ciudad de Gaudí, del modernismo y, desde hace un tiempo, de los cepos amarillos que florecen como margaritas primaverales en las ruedas delanteras de los VTC. Sí, esos vehículos de transporte con conductor —léase Uber, Cabify, Bolt y otros primos lejanos del mismo linaje— que, con elegancia artificial y tarifas poco claras, han convertido la ilegalidad en una forma de arte rodante.

Los Mossos d’Esquadra, quizás cansados de ver cómo estos coches circulan como Pedro por su casa sin cumplir la normativa catalana, han optado por el lenguaje universal: el cepo. Amarillo, brillante, humillante. Se los ve ahí, como esculturas posmodernas en el parking del aeropuerto, acumulando polvo, multas y la indiferencia de las plataformas que los gestionan desde despachos muy lejanos.

Cada día, los agentes realizan controles y, sorpresa: siempre hay algún VTC que no lleva la hoja de ruta, que no respeta el tiempo mínimo de contratación o que directamente pesca pasajeros en plena calle como si fueran taxis de los de toda la vida. Pero claro, la picaresca no conoce fronteras, y menos aún si hay una app de por medio que promete legalidad envuelta en una interfaz minimalista.

Mientras tanto, el sector del taxi, ese que lleva décadas sometido a regulaciones, licencias y exámenes, asiste con una mezcla de indignación y resignación a esta invasión de coches negros con tablet en el salpicadero y legalidad en papel mojado. Porque competir está bien, pero competir con reglas iguales ya es otra historia. No olvidemos que los VTC deben ser contratados con antelación, no pueden estacionar esperando clientes, ni usar emisoras o sistemas que simulan servicios en tiempo real. En teoría.

Pero en la práctica, la Terminal 1 del Aeropuerto de Barcelona se ha convertido en el parque temático de la infracción reiterada. Los controles de los Mossos se suceden como si fueran parte de la programación diaria. Y aún así, los VTC vuelven, con la esperanza de que esta vez no les toque el baile del cepo.

Los representantes de estas plataformas, cuando se les pregunta, suelen responder con evasivas: que si la economía colaborativa, que si la libertad del usuario, que si la digitalización del transporte. Un discurso bonito, tan pulido como sus coches de cristales tintados, pero tan vacío como su compromiso con la ley catalana.

Así que ya lo saben: si pasean por el aeropuerto y ven un desfile de vehículos con un accesorio amarillo brillante en la rueda delantera, no es una moda. Es el precio de hacer negocio pisoteando la normativa. Una pena que el ride venga con tarifa dinámica, pero sin moral dinámica.