George Carlin At The Apollo

George Carlin At The Apollo

George Carlin sube al escenario con energía eléctrica y esa mirada que grita “Prepárense para la verdad incómoda” mientras gesticula exageradamente.

Carlin:
Buenas noches, amigos. Hoy les traigo una joya de la modernidad… ¡El Gran Casino Gig! ¡Ah, sí! ¿Sabes qué es lo mejor de Uber? Que es como un casino donde tú pones tu coche, tu gasolina, tu tiempo… y ellos se llevan las ganancias. ¡Sí, señor! Tú apuestas tu vida y ellos ganan el premio gordo.

Se acerca al borde del escenario con un gesto teatral, como si fuera a soltar un secreto.

Porque déjenme decirles algo: la economía gig es como una relación tóxica. Al principio te promete libertad, flexibilidad… “Sé tu propio jefe”, te dicen. Pero tres meses después, ¡bam!, estás trabajando 14 horas al día, perdiendo dinero en gasolina y preguntándote si vas a tener para cenar. ¿Libertad? Claro, la libertad de quebrarte el lomo mientras el CEO de Uber se rompe el cuello eligiendo qué botella de vino abrir en su yate.

Hace una pausa dramática, sacudiendo la cabeza con incredulidad.

Y aquí viene lo mejor: el gobierno. ¡Ah, el gobierno! Ese grupo de genios que te dicen que están aquí para protegerte. Claro, protegerte… como un matón te protege en un callejón oscuro, mientras te roba la cartera. Porque, ¿saben cómo funciona esto? Uber llega con sus cabilderos, esos tipos con trajes más caros que tu hipoteca, y dice: “Mira, vamos a hacer un trato. Tú cierras los ojos mientras explotamos a los trabajadores, y nosotros te damos un donativo para tu próxima campaña”.

Carlin finge escribir en un papel invisible, imitando a un político corrupto.

Y los políticos, con esa sonrisa de «¡yo soy honesto!», dicen: “¡Claro! ¿Regulaciones? No las necesitamos. Los trabajadores tampoco necesitan salario mínimo ni derechos laborales. ¡Eso es tan siglo XX! Vamos a innovar”. Innovar, amigos… esa palabra mágica que significa “vamos a encontrar nuevas formas de hacer dinero mientras tú sigues esperando tu pizza fría”.

Hace gestos exagerados de desesperación mientras camina de lado a lado.

Pero ¿quieren saber el verdadero golpe maestro? Uber no solo juega a ser el príncipe de la economía gig… ¡también es el rey del cabildeo! Imagínense a Trump diciendo: “¡Regulaciones! ¡Esa palabra no existe en mi vocabulario!” Mientras tanto, Uber está ahí, guiñándole el ojo, diciendo: “Tranquilo, amigo, nadie tiene que saberlo. Podemos llamarlo… crecimiento económico”.

George Carlin con su típico aire desafiante. Su postura relajada contrasta con la energía intensa que emana al hablar. Se dirige al público con una mirada que grita: «Escuchen, porque voy a desenmascarar toda esta farsa».

Carlin (con una sonrisa burlona):
Ah, Nueva York… la Gran Manzana. La ciudad que nunca duerme, porque está demasiado ocupada colapsando bajo el peso de su propia absurda existencia. Y ahí llego yo, un tipo tan fuera de lugar aquí como un sacerdote en un festival de swingers. Pero ¿quién soy yo para juzgar? Después de todo, Nueva York es el lugar perfecto para alguien como yo: un antihéroe, un imbécil descarado con un talento especial para tropezar con la verdad… y con cualquier cosa que haya en mi camino.

Comienza a caminar, gesticulando como si estuviera trazando un mapa invisible en el aire.

Así que ahí estoy, en medio del caos, rodeado de estos rascacielos gigantes, que son básicamente… ¿qué? ¿Falacias arquitectónicas? Sí, los ricos construyen más y más alto para recordarnos a todos dónde estamos en la cadena alimenticia: ¡debajo de ellos, siempre!

Hace una pausa, levantando las manos en un gesto teatral de exasperación.

Y luego está el Uber. Ah, el glorioso Uber. Ese ícono de la modernidad que nos vendieron como «la solución». Pero es más bien como un mal chiste, ¿no? Un chiste contado por un algoritmo que no tiene sentido del humor. Subo al Uber, y el conductor, el tipo parece un zombi. Lleva tanto tiempo trabajando que probablemente haya olvidado cómo pronunciar su propio nombre. Pero tiene tiempo para filosofar. ¡Claro! Porque cuando estás atrapado en una cárcel sobre ruedas, ¿Qué más vas a hacer?

Carlin adopta una voz monótona, imitando al conductor.
«Las corporaciones son parásitos. Somos peones en su juego.»

Vuelve a sí mismo, con una sonrisa sarcástica.

Y yo estoy ahí, pensando: «¡Genial! Ahora el tipo que me lleva al Bronx quiere ser Nietzsche. Perfecto, porque dice ‘alienación explotadora’ como un nihilista detrás del volante.»

Se ríe con ironía mientras continúa paseándose por el escenario.

Luego, llego a esta gala. Una fiesta de ricos, una orgía de superficialidad. ¿Por qué fui? ¡Por curiosidad! Porque nada es más divertido que ver a la élite jugar a ser importante. Ahí están, envueltos en sus trajes caros, hablando de «responsabilidad social», mientras ignoran por completo al mesero que les lleva el champán.

Se detiene, mirando al público con una expresión de incredulidad.

Y yo pienso: «¿En serio? ¿Responsabilidad social? Ustedes no podrían encontrar la humanidad ni aunque estuviera en su app de Uber.»

Hace un gesto amplio como si abarcara a toda la sala.

Así que tomo el micrófono. Porque, claro, alguien tiene que decirlo, ¿verdad? Alguien tiene que recordarles que somos más que números en sus malditas hojas de cálculo. Pero no me escuchan, ¿por qué lo harían? Están demasiado ocupados actualizando su feed de Instagram con fotos de su conejo .

Carlin lanza una risa amarga, sacudiendo la cabeza.

Así que aquí estamos, amigos. En un mundo donde hemos cambiado la conexión humana por conexiones de Wi-Fi, donde nuestras conversaciones reales han sido reemplazadas por memes, y donde nuestra idea de progreso es que un algoritmo decida qué tan rápido obtendremos nuestra hamburguesa.

Se detiene, mirando directamente al público con una intensidad penetrante.

La verdad es esta: la vida es un caos. Y la única forma de sobrevivir es abrazar ese caos y joder al sistema antes de que el sistema nos joda a todos.

Hace una pausa dramática, dejando que sus palabras penetren.

Así que la próxima vez que suban a un Uber o asistan a una fiesta pretenciosa, recuerden esto: no somos consumidores, somos humanos. Y mientras ellos sigan tratando de convertirnos en máquinas, más vale que recordemos cómo ser humanos antes de que se nos olvide .

¡La economía gig! ¿Qué demonios es eso? ¿Una nueva clase de esclavitud digital? Porque les prometo que no es libertad. «Sé tu propio jefe», dicen. ¡Sí, pero no mencionan que eres un jefe sin vacaciones, sin beneficios y sin salario mínimo! Tú eres tu propio jefe… pero el verdadero jefe es ese algoritmo que te dice dónde ir, cuánto cobrar y cuándo puedes tener un respiro. ¿Flexibilidad? ¡Flexibilidad mi trasero si se lo entrego a ellos!

Y mientras tanto, ¿Qué hace el gobierno? Nada. Absolutamente nada. Pero, oh, eso no es porque sean incompetentes… ¡es porque están metidos en el negocio! Los cabilderos vienen con maletines llenos de billetes, les susurran al oído: «Oye, olvida esas leyes laborales anticuadas. No queremos regulaciones; queremos dinero, dinero, dinero». Y los políticos dicen: «¡Claro, por qué no!» Porque, vamos, ¿Quién necesita integridad cuando puedes tener un nuevo yate con rubia incluida ?

Maquiavelo estaría viendo esto y diciendo: «¡Excelente trabajo, chicos! Esto es estrategia al nivel experto. Tienen a los trabajadores corriendo como locos, ganando apenas lo suficiente para sobrevivir, y mientras tanto, ustedes, los nuevos príncipes, se ríen todo el camino hasta el banco en Delaware. ¡Bravo!»

Y aquí está lo mejor de todo: los cabilderos ni siquiera se molestan en disimular. ¡No tienen que hacerlo! Porque tú, yo, todos estamos demasiado ocupados intentando pagar la renta para notar que nos están robando en plena luz del día. Nos dicen: «Es para la innovación, es el futuro». ¡Por favor! Si el futuro significa que los taxistas, los repartidores y los conductores pierdan sus derechos, entonces quiero regresar al pasado. Es mejor vivir en la Alhambra de los príncipes nazaríes que en la nueva Edad Media de Felipe VI.

Así que ahí lo tienen: una mezcla de explotación, corrupción y política maquiavélica, todo envuelto en una app que te promete libertad. Pero, ¿saben qué? Algún día, y espero que sea pronto, la gente se va a cansar. Y cuando eso pase, ¡ay, los príncipes modernos van a desear haber leído Maquiavelo un poco mejor! Porque si no cuidas a tus súbditos, el caos está garantizado.

“Y tú estás ahí, sentado en tu coche, esperando que te caiga otro cliente mientras te preguntas si esos cinco euros que acabas de ganar te alcanzarán para un café. Pero, tranquilo, porque el gobierno está trabajando duro. Bueno, no tan duro… están trabajando en sus discursos sobre cómo “apoyar al pueblo”. Sí, señor, el pueblo… un término que usan cuando necesitan votos. Pero después, cuando todo está hecho, tú eres solo otro número en la hoja de Excel de Uber, que no se aleja mucho de alquilar tu trasero.

Concluye mirando al público con esa mezcla de sarcasmo y desprecio que solo él puede hacer.

Así que, amigos, ahí lo tienen: el Gran Casino de Uber. Donde el único juego es “qué tan rápido puedes ser explotado” y el premio es una fría dosis de realidad.

¡Gracias por venir!