Vacaciones en Roma

En homenaje a Dalton Trumbo, que nos dijo que todos somos Espartaco

Vacaciones en Roma. La verdad del asunto con las fotos censuradas

Mi sorpresa llegó con una llamada que hacía mucho tiempo venía temiendo: “Le llamamos de la Casa Real. No es por nada malo. Sus artículos donde menciona a la Princesa Leonor y a la Reina Leticia han gustado y esta noche está invitado a cenar con ellas.”

Obviamente, se trataba de una broma, así que colgué estrellando mi teléfono contra el gel de baño y seguí con mi espléndida y ruidosa cagada que algún graciosete estaba saboteando.

Todo lo anterior ocurrió sobre las 6 de la tarde. No esperaba que hubiera una continuación del penoso suceso que me costó cambiar el cristal del móvil. Pero es que, cuando volvía de hacerlo en el Naser, me encontré a Leticia y a Leonor esperándome subidas a un Austin Martin descapotable. Sí, a mí, que las desprecié mientras cagaba. Es lógico que después de estar con el “soso” se quisieran divertir con el Rey del Sector, pero no me iban a deslumbrar con esos aires y ese coche después que en el 79 viera la despedida de Led Zeppelin, en 81 disfrutara del Bruce y en el 83 estuviera en la cama de Montserrat Roig. Angel y yo habíamos sido los únicos españoles en hacer esas tres cosas, el resto me tachan de charlatán.

Pero estaba impresionado, no lo niego. Me besaron y estrujaron como si fuera amigo de toda la vida, ignorando mi pasado republicano. Ante estas dos impresionantes jacas abracé mis nuevos ideales monárquicos. Soy un vendido y aprovecho esta publicación para cualquier oferta, sea de Soros o de Netanyahu o de Florentino Pérez, no hago ascos a dar opiniones ordenadas por Pedrerol o jugar de lateral derecho o de nueve, quitando al negro francés. Adjunto de mi pasado blaugrana, no todo son los ideales, no para mí.

Así como en determinados momentos de experiencia mística no oyes la música, sino que percibes el perfume divino, así me llegó un extraño conocimiento esotérico: un taxista debía llevar al país hacia la salvación después de vertebrar soluciones a la encrucijada de la Nueva Edad Media de Felipe VI. Sí, soluciones, no locuras.

Ese salvador esperado durante 2,000 años, según reza la profecía, era yo. Belén era ahora La Florida de Hospitalet y cómo los muebles se compran en el IKEA ya no había carpinteros, el insignificante capital de sustentación utópica provenía del taxi. Así era, y si mirabas y si no veías estrellas anunciadoras era por la polución.

Subimos al restaurante del Hotel Ritz y, mientras Leticia me sonreía y me deleitaba con su preciosa voz, era Leonor la que se lanzaba espléndida a la pequeña piscina. Lean Lolita de Vladimir Nabokov y no será necesario indagar en mis sentimientos, los cuales, en caso de mi llegada al poder, prohibiría. Fue ahí, en ese instante de júbilo, cuando fingiendo una necesidad de micción llamé al fotógrafo de Todotaxi, Fran Castro. Brevemente, le relaté los acontecimientos y le rogué que se acercara con su cámara pitillera, la fiel acompañante de los paparazzi.

“Así que la Ayuso os repasa vuestro pasado del taxi. Esa mujer que ningún taxista debería votar…” Mis palabras se congelaban al ver a Fran encender un cigarro dirigiendo la diminuta cámara oculta a la toalla con la que Leonor secaba ese cuerpo de princesa y futura reina de España. Si Interviú se forró con las fotos robadas de Marisol, por qué no íbamos a vender crecepollas y así continuar con la lucha del taxi. Lo cierto es que en la redacción ya estaba grabándolo todo Eduardo Estrada, nuestro editor jefe, que no paraba de aumentar la oferta de la exclusiva hasta los 34,000 machacantes, muy lejos de los 12,000 de mis artículos habituales.

“Home, Manel. Que fas aquí?”, me dijo con fingida sorpresa Fran, mirando y no creyendo que era la mismísima Reina Leticia la que le estrechaba la mano. Leti fingió llamarse Rosa y el bombón de princesa que se nos unió, dijo durante su presentación ser Lucía. Todos asentimos por conveniencia.

Mientras, Eduardo Estrada apuntaba un paraguas que desde la calle Lluria se dirigía desde una Volkswagen al terrado del Ritz. Jorge Fontanet se ponía los cascos para escuchar con nitidez, mientras Baena iba seleccionando las mejores tomas que enviaba Fran Castro. La noche iba a ser larga y se repartían los primeros cafés. Albert preparaba unas empanadillas.

En el pequeño escenario que separaba el restaurante de la piscina aparecía un cantautor gaditano: “Quisiera dedicar esta canción a las inmensas e inacabables tardes en que se nos iba la vida sin saber qué hacer más que ver los barcos venir y los barcos pasar.”

No tardé en comentarle a Leticia el parecido de esta situación con la película de Trumbo “Vacaciones en Roma.”

“Conocemos en profundidad los entresijos que esta película aborda.”

“La principal era la falta de intimidad. Y la segunda era la confianza, ya que cualquiera te podía traicionar.” Eso decía yo mientras elucubraba cómo ganarme un puesto en el exilio. Pero no vendería al sector, vendería al Rey que nos abocaba a La Nueva Edad Media de las plataformas gig.

Era evidente que Leticia intentaba con este acercamiento reparar la fisura entre los ciudadanos y los círculos del poder. Y el taxi sería su primer intento debido a su linaje con sangre real del sector.

Era, sin embargo, el encanto natural del fotógrafo Fran Castro lo que más encantaba a las dos jacas. Y no había duda de que había surtido un flechazo con Leonor. Mientras la grabadora en su espalda se ocupaba del audio, su pitillera con diminuta cámara pasó a mi poder. Así, cigarrillos e imágenes se juntaban ahora en mis manos. Fran se reía, mientras la abrazaba. Mi cámara captaba, creo, más de lo que realmente ocurría. Allí había amistad, la cámara captaba depravación, y aún algo peor tras ser trasladadas las imágenes a la furgoneta. Baena babeaba ante el magnífico material. Sería la primera escena que pondría a todo el país en alerta roja. Ya se encargaría de pedirle más dinero a Eduardo Estrada. Podríamos estar hablando de triplicar. O quizás quintuplicar y cambiar las VTC de New York por taxis catalanes.

Leticia comentó el serio compromiso de Trumbo contra ese ansia de poder que hay en nosotros y el exquisito placer del poder absoluto.

“Manolo, quiero que seas Príncipe de Asturias de Literatura. Por eso vinimos.” Fue un duro golpe para mis ambiciones de Judas.

“Leticia, no te voy a mentir. ¿Ves esa furgoneta? Ahí se están mezclando tus audios. Baena cogerá tus palabras y saldrán más frases verdaderas que en cualquier inteligencia artificial. A conveniencia del Sector del Taxi. Tenemos instantáneas que corroboran las palabras con imágenes. Más pruebas que cuando Barbara Rey chantajeó al Campechano.”

Cometí el error de acercarme demasiado. No controlé la llegada por mi espalda de Felipe VI. Y no supe prever su reacción y menos la mía. Supongo que, seguro de mi chantaje, me aproximé demasiado a la barandilla. No me empujó. Fue producto del susto, lo mismo que le ocurrió a Kim Novak al tropezarse con la monja en Vértigo. Lo cierto es que caí gritando como un valenciano:

“Asesí, que eres un asesí, com el teu pare.”

Me pasé de frenada por culparlo y a punto estuve de liquidar al Baena, que mostró poco compañerismo por no sujetarme en sus manos de Jai Alai.

Después, el silencio y un excelente descanso en el más allá, Eduardo Estrada contrató un nuevo redactor por 200 pavos para relatar los hechos, examinando mis notas, en mi nombre, y a mi viuda le dio los 1.200 machacantes habituales.

El artículo barrió gracias al eco del sonado affair entre el fotógrafo y la princesa. Se tradujo a todos los idiomas y hubo que fabricar crecepollas tamaño oriental y de la enorme talla de los mandingas.

Se generó un capital de 34 millones de euros y Todotaxi es ahora el imperio de Mass Media que compite por convertirse en televisión. Y los primeros taxis amarillos y negros pasean por Madison Avenue.