El último Borbón
La cara de estupefacción de los primordiales, los ayudantes de Isabel Díaz Ayuso, contrastaba con la tranquilidad con la que entraba César al Congreso. Lo hacía como esposo y nuevo Príncipe de Asturias tras su recientes nupcias con la futura Reina Leonor.
Se había disparado la búsqueda «interracial» más que nada porque un Will Smith con deseo de rehabilitación se disfrazaba de gorila dominante frente a una Natalie Portman que hacía de sumisa Leonor. Las frecuentes visitas disparaban las ventas de acrecentamiento fálico.
César se presentaba, como iba siendo habitual, a lomos de un enorme jabalí de la Sierra de Collserola. Ello retenía al lujoso Rolls Royce de la Princesa Leonor.
Ayuso sabia que esa boda no era una mascarada. Que ese mono era más apuesto que Abascal y que por algo era el tío-tío de moda. El «deseado» recogía su semen en botellas de 1,5 litros y las confiaba al Institut Dexeus para posibilitar el hecho de que cualquiera pudiera tener un hijo cercano a la sangre azul de los Borbones. El último recurso de una monarquía por ganar prestigio, algo sólo imaginable en una sociedad subyugada a lo virtual. Esa misma sociedad que asumía la boda entre La Bella y La Bestia como «el último cartucho de los Borbones para salvar el chiringuito», según Pilar Eyre en Lecturas.
Los hechos acaecidos en Barcelona habían condicionado la sesión parlamentaria al margen de los asuntos ordinarios habituales. Los crecientes recelos de una supuesta presunta infracción por parte de la Comisión de la Competencia había estimulado una reacción del sector del taxi con cuantiosas protestas y paros. El país estaba alzado contra la injusticia del trato a Élite Barcelona.
Ayuso porfió fuerte en el estrado: «No podréis demorar el adelanto tecnológico con medidas coercitivas imbuidas por un deseo de retornar a un pasado que es más un mundo fenecido que nunca resultó. Hemos conseguido liberalizar a un taxi anquilosado. Libres para trabajar cuando les apetezca y ganar dinero. No hubo sobornos para alentar mi postura. Solo la aspiración de provecho para clientes y taxistas».
La réplica de César era emocional
“Mis compañeros de Élite no merecen ese trato. Políticos cómo usted, señora Ayuso, deben ser erradicados de la vida publica. No pueden ser representantes de la población. No son pueblo, son el tumor que destruye lo humano».
El sendero estaba trazado. César siguió con su discurso:
«Queremos deshacernos de la situación de mediocridad de un ámbito político que, corrupto, legisla para los amiguetes».
«Estoy harto y cansado de escuchar a hipócritas, miopes y de mente estrecha. Es ya suficiente de políticos neuróticos, psicóticos y testarudos. Estoy harto de ver a los hijos de mamá con los labios apretados y condescendientes. Esa clase gobernante española, sumida en la corrupción y la indiferencia. Basta el caso conocido como Uber Files donde lejos de acosar a los perpetradores de los delitos, se acosó a la asociación que los denunció».
Las cámaras enfocaban a Ivana Ivanesjaia, la pentacampeona olímpica, que acompañaba a su marido, el coordinador de Élite Barcelona. Ahora preparadora de las Cheerleaders del baloncesto blaugrana, había conseguido poner en forma a Albert Álvarez. Por ello no resultó sorpresivo que desde la tribuna del público, Albert, cogiera carrerilla y utilizando la barandilla cual saltador de triple salto, se encaramó a la lámpara del Congreso de los Diputados. Su gorra de Élite, su camiseta “Fuck Uber” y su propia persona eran sujetados por un arnés que daban sosiego y confianza a la actuación.
Arrojó una cuerda que recogió César, que mientras subía se despojaba el traje de etiqueta. Debajo llevaba una camiseta con un eslogan referido a La Libertad de Expresión.
Lo que nadie esperaba es que tras La Bestia viniera La Bella. Aquí saltaron los cámaras y subió un enorme murmullo. Era la Princesa Leonor, la que gracias a la enorme destreza adquirida en las Fuerzas Armadas, se encaramaba a 6 metros de altura a través de la cuerda, con pulso firme. Sujeta a los pies de César tan sólo por sus manos, al más puro estilo Pinito del Oro. con su mano izquierda, mostraba un enorme cartel que rezaba: «Mi sangre no sólo es azul. Es amarilla y negra como el taxi de Barcelona, como la sangre de mi tatarabuelo. Fuck Uber».
Peñafiel no lo podía creer. Los genes Ortiz Rocasolano habían desbancado en la lucha al Ejército Borbónico. Ese ADN había sido mejorado gracias a la distribución nocturna de macarras y prostitutas. Si a los negros no hay quien los pillara en los 100 metros, a los descendientes del taxi no hacía falta vacunarlos por ese pasado que los curtió más duramente que la serie Raíces.
No opinaban lo mismo en Washington DC. La foto espectacular del New York Times acrecentada la preocupación de un presidente en horas bajas por los escándalos de su hijo. Además, rompía el sometimiento desde la época de Juan Carlos. La princesa respondona y ese novio que sí, que negro no era, pero las tenía encandiladas como un big black cock. Nada bueno para un país que siempre había tragado con lo que los USA les demandaran desde lo de las bases y los favores a Franco.
No era cuestión de declararles la guerra, pero sí que había que enviarles un comando.
Y el elegido para vengar la vejación a una empresa del Imperio Americano no podía ser otro que Will Smith. Sobrevoló en ala delta con el patrocinio de Uber sobre el mismísimo Palacio de la Zarzuela. Luego aterrizó sobre la piscina cayendo justamente cuando César limpiaba el jardín. Y ahí llegó el conflicto con la Embajada Americana. Porque el simio apaleó al negro por su atrevimiento y de paso se vengó de Chris Rock. Porque el orangután era un rendido fan de sus monólogos. Y no le gustaba que pegaran a los negros. Por ello le dio una paliza parecida a la que recibió Foreman en el Zaire. Y fue Ayuso la que recordó el exceso de violencia contra los que reivindicaban las VTCS como ella misma. «Ese mono no cree en el diálogo. En el debate se colgó de una lámpara y ha castigado al enviado cultural americano. Sus tácticas son impropias de un aspirante a la Corona. Leonor debiera buscarse otro novio. Will Smith hubiera sido ideal, pero no creo que vuelva. Esperemos que salve el ojo y siga con su carrera de actor. Así nunca nos darán las Olimpiadas».
Biden no podía ocultar su desesperación. Uber era un compendio de ineficiencias, pero eran sus muchachos, eran americanos y merecían un respeto. Por ello invitó a César y Leonor al Consejo de la ONU. Ahí sí que harían el ridículo. En España serían los Reyes, pero ante el Consejo se notaría su falta de experiencia cuándo tengan que debatir con los que ostentaban el poder real. Los lobbies le jugarían una buena encerrona.
Llegado el día llegaron en un barco alquilado de la Circle Line. Al contrario de lo que pensaba Biden los amigos de Élite habían pasado la frontera a pesar de haber visitado Cuba y Venezuela. Acompañaban a La Bella Leonor y a su Bestia César. Nadie se fijó en la llegada de Biden porque los focos estaban centrados en los Príncipes de Asturias.
«Ustedes, americanos, invaden impunemente con sus empresas que exportan lo peor que no es otra cosa que su miseria. Exportan indignidad. Dejen de apoyar el Holocausto palestino y no manden más empresas gig».
«Sacad a ese mono de aquí. Ya tuvimos bastante con las 4 horas de Fidel Castro para que ahora nos venga a arengar un orangután».
Era el representante del lobby gig: Arthur Mullighan. Un bolsazo de Vernace cayó sobre su cabeza. Las cámaras lanzaban flashes mientras Leonor de Borbón vengaba a su marido, al futuro Rey de España.
Esta conferencia fue luego recordada por el triste episodio del ictus de Biden, sin duda a consecuencia del disgusto. Se salvó, pero tuvo que dejar la presidencia. El nuevo presidente Trump no dudó en bombardear Madrid, sobretodo La Zarzuela. También bombardeó la sede Central de Élite Barcelona.
Pero el taxi subsistió y logró echar a las VTC bastardas.