César y el látigo de Ayuso (4): en las fuentes del Mekong

César y el látigo de Ayuso 4: en las fuentes del Mekong

César y el látigo de Ayuso 4: en las fuentes del Mekong







 

Albert miraba con intranquilidad los continuos paseos de aquellos desarrollados cocodrilos y aún se sobresaltaba todavía más por los gritos aterrados de César. Le había costado bastante tomar la decisión de traerlo, pero hubiera sido más peligroso dejarlo en la sede de Élite. Todos sabían de su capacidad de razonamiento y cómo hablaba. Cuántos enemigos ansiaban robarlo.

Estudiaba atentamente los emails de Feijoo. En ellos pedía disculpas por tantos años destrozando el sector del taxi. Y que después de desprenderse de Ayuso mandándola al exilio todo ello cambiaría radicalmente. El PP echaría a todas las VTC bastardas en cuanto llegara al poder. Feijoo se había dado cuenta que justo los votos de los taxistas llevaban años impidiendo su victoria. Ese trato degradante se reflejaba en las urnas. Por ello la patada sin contemplaciones: fuera del país y con dos “guardaespaldas“ para impedirle volver.

Difícil para Albert aceptar una misión de Feijoo, pero es que Ayuso enviaba instrucciones desde las fuentes del Mekong para mantener a raya al taxi. Por ello aceptó el encargo. Primero acabar con Ayuso, luego ya aclararía las cuentas con el PP.

Divagaba medio dormido, pensando en los pasos a seguir. César gritaba inquieto: ”Tito, un avión.” “Eh, que dice el puto mono.” Así reaccionó el hombre de Roquetes, ahora afincado en Nou Barris, adormilado, no viendo la magnitud del problema, ignorando las quejas del macaco.

Baena que, con su cabestro Ezequiel al timón, manejaba con rango de capitán la tanqueta mandó parar.

Revisaron el avión, partido en dos. Efectivamente, era el Bribón 2. El lujoso avión particular de los Borbones. Desaparecido hace dos semanas había dejado a España sin monarquía.

Allí no había más que muertos, extendidos cerca del aparato parecía que algún animal carroñero se había dedicado a escarbar entre las tripas.

César volvía a gritar, ahora en catalán ya que era un mono políglota: ”Si us plau, vineu cap aquí.” Durmiendo como una futura reinona exhibía su dulce juventud melancólica la Princesa Leonor. Aquella jaca estaba lustrosa. A ver si era ella la que se había zampado al mayordomo y al piloto. Tan rubita no parecía posible.

César fue el primero en acercarse. Y su instinto de animal simiesco le impulsó a besarla. Fue amor al instante entre la realeza y el mundo orangután. Aquello era la selva y no regían los patrones estéticos y morales habituales influidos por años de civilización en ciudades contaminadas de costumbres absurdas ancestrales. Tito y Baena ya vieron indicios iniciales de lo que luego sería la pareja del siglo XXI, lo que Lecturas consideró “los nuevo Grace y Rainiero interracial“.

Leonor relató que el servicio de seguridad de Ayuso ametralló con su batería anti-aérea al avión personal del Emérito. El rencor a esa nueva sangre del taxi, a esa Reina que usurpó sus aspiraciones de ser la Princesa elegida. Luego de estrellarse, Juan Carlos salió con su escopeta de cazar elefantes, pero los tigres acabaron con el mayordomo y el piloto. Felipe y Leticia salieron a solicitar ayuda cada uno por un lado.

El viaje continuo río arriba. Lasangongma era el inicio de las fuertes del Mekong. Escondida en la selva estaba la morada de una cambiada Díaz Ayuso. Ahora con su cabeza afeitada al cero y con tatuajes de AC/DC, el grupo favorito en común de Albert y su archi-enemiga Isabel Díaz Ayuso. Los hermanos Young hubieran dado sus guitarras firmadas por una reconciliación ya imposible.

El comando Élite atravesó las alambradas cortando a machetazos violentos todo ese acero que protegía también a los primeros rottweiler. Los ladridos alertaron a la ex-presidenta expulsada y obligada a exiliarse para posibilitar un triunfo del PP sin enfrentarse al taxi español.

Varios trucos bastaron para no liquidar a tanto perro asalvajado. Carne con somníferos y cloroformo en apetitosas liebres.

El cara a cara entre Albert e Isabel Díaz Ayuso se produjo el 23 de agosto del 2026.Para Albert era mucho más que un simple encargo. Era el encuentro con El Diablo. Para Isabel era el momento de acabar con el canalla que más la había puteado. El bicho que representaba al sector del taxi. Sus odiados enemigos. No había vuelta atrás.

Bajaron por la chimenea como Papá Noel Gallager. Ayuso acababa de enviar un dossier detallado para incorporar 1250 vtcs anuales. El sector crítico con Feijoo no descartaba su vuelta en plan Perón. Más bien sería Evita. Eso meditaba cuando vió en el comedor a Albert Álvarez tras saltar del último eslabón de la cuerda. Con el uniforme: gorra de Élite y camiseta Fuck Uber.

Ayuso organizó una respuesta improvisada pero rápida y de improviso sacó un látigo. El primer zarpazo se lo llevó Albert Álvarez. Rebotó contra la mesa que dejó partida en cuatro trozos desiguales, en un momento en que la armonía poco importaba. Aún vivía, gracias a la excelente progresión de sus ejercicios con Ivana Ibanisksia, la preparadora de las cheerleaders del básquet blaugrana. Era la responsable de esa bajada de peso. Ejercicios rigurosos y sobre todo comer de todo pero con discreción, y por ello vivía aún. Esos latigazos doce meses antes hubieran sido mortales.

César, a pesar de haberlos recibido con anterioridad durante su convivencia en Madrid, no pudo esquivar la destreza cautivante de esa danza macabra de giros que te dejaban embobado como la mirada hipnotizadora de una pitón. Pero fue la princesa  Leonor la que lo apartó a tiempo de un latigazo que hubiera sido mortal. Ella tenía la experiencia de las palabras vacías hipnóticas de su padre cada Navidad. Ella misma le escribía el discurso, pensando en la cantidad inmensa de analfabetos que lo verían y juntando España y Constitución no tardaba más de diez minutos en tenerlo terminado.

Aún así, ese latigazo no dio en el orangután pero sí que aterrizó en su bello culo aristocrático. Cayó y gritó cuando Ayuso se dispuso por acabar la faena salvajemente .Alzó su látigo comprado en un sex-shop de Lavapiés. Era el fin de la esperanza borbónica. Bueno, quizás su hermana, aunque no estaba preparada. O sus primos, una desgracia inmensa para España.

Ayuso cogió fuerzas para dejar el futuro listo para una derecha, si, pero puede que republicana para evitar la sangre azul del taxi.

Aterrorizada, Leonor no sintió el golpe después del zumbido. Oyó el zumbar del látigo, que cayó inerte mientras se escuchó un ruido de un tiro. Ayuso retumbó al desplomarse.

”No acabarás tan fácilmente con un Borbón. Tampoco acabaron conmigo. ”El Emérito desapareció para seguir cazando elefantes asiáticos por la Selva vietnamita.

Imágenes del VAR mostraron a Baena detrás del Campechano lanzando una pequeña flecha conteniendo hardware de Irene Montero. A la vez que remediaba el impacto del tiro del monarca sobre el jarrón chino, incrementaba el éxito de reinserciones de violadores. Ayuso también apostaría en el futuro por la ley trans.

También se la vio perseguir VTCs con la barra del taxi por la Gran Vía madrileña. Élite le afeó la conducta. Fue en el programa de Risto Mejide. Luego vinieron las imágenes de Isabel Díaz Ayuso llevando a los niños de Irene Montero a la guardería o quizás era la mismísima Irene Montero que se había aburguesado. La explicación, según Iker Jiménez estaba en el poder del informático Baena para “desfacer entuertos.”